Llevo unos meses con la mosca detrás de la oreja. Tenía entendido que los niños comienzan a manifestar las rabietas alrededor de los dos años de edad. Monstruita lleva una temporada mostrando unos comportamientos que me resultan sospechosos pero… ¡solo tiene 18 meses, no llega a los 2 años aún y ya tiene rabietas!
Casualmente hace unos días descubro gracias a una amiga la revista digital
Edúkame y decido colaborar con ellos. Y el primer número que cae en mis manos, mira por dónde, va sobre ¡rabietas!
Además de un ebook sobre cómo gestionar las rabietas (qué son, qué hacer antes, durante y después, por qué surgen, etc.), se acompaña de actividades para hacer con los niños.
Tras leer de un tirón y sin respirar con atención, descubro que es normal que Monstruita empiece ya con las rabietas; tiene rabietas porque suelen comenzar entre los 12 y 18 meses. Lo que pasa es que empeoran a los dos años. Ya os escribiré un post lloroso y pedigüeño de ánimos cuando me toque.
De momento, he tomado buena nota de lo que debo hacer cuando tiene rabietas y he confirmado si lo que ya hago está bien o mal. La verdad es que la información que se da en la revista es muy clara, concisa y amena. Así da gusto, qué queréis que os diga.
Entre los 12 meses y los 2 años, aconsejan no actuar durante la rabieta, sino acompañar y vigilar para que no se haga daño, ni lo haga a los demás.
Por cierto, ya sabéis que soy fan de los
signos para bebés y aunque no lo digan en la revista, me consta que ayudan a que las rabietas no sean tan numerosas.
Por ejemplo, Monstruita está comiendo y de repente, se pone roja, llora y no quiere saber nada de nadie. A veces, tira alguna cosa al suelo (una toallita o una cuchara). Según la hora y la actividad del día, intuyo que puede tener sueño. Le indico que si quiere «dormir» (y se lo signo). Ella reconoce que justo es eso lo que le pasa, y me lo signa. En ese momento, se calma un poco. No mucho, que es pequeña y eso de esperar lo lleva muy mal, pero parece como si le tranquilizara tener identificado lo que le pasa y saber que yo también lo sé, valga la redundancia. Como dicen en Edúkame, respeto sus límites fisiológicos (no le obligo a terminar la comida porque sé que tiene sueño y eso le puede) y no pierdo la calma.
Otras veces tiene hambre pero no se quiere poner el babero. ¡Ay, amiga, cuando sepas pelar gambas con cuchillo y tenedor como hace tu padre, hablamos! Aunque esta es fácil de resolver de momento: le enseño la comida y como tiene hambre, en seguida comprende y deja que se lo ponga.
También se frustra y tiene rabietas cuando no le sale algo (ponerse un zapato, abrir la bolsa de las piezas de construcción…) Pues bien, en ese caso acompaño y vigilo y dejo que lo siga intentando ella sola. Cuando veo que el enfado va in crescendo, me acerco y le digo y signo que si necesita «ayuda». En alguna ocasión me acerca lo que quiere que le abra pero otras, de nuevo, parece que se le olvida que puede pedir ayuda.
Así que, sin más, os dejo un ejemplo de lo que podéis encontrar en la revista:
Deja una respuesta