Hace poco recibíamos la sentencia de un juez para una madre que había matado a su hija de dieciséis meses, la pequeña Jailyn, porque se fue de vacaciones durante diez días. Nos bombardean con imágenes en primer plano de su rostro lloroso, no sabemos si por la condena de cadena perpetua o por haber asesinado a su hija pequeña. Al parecer no era la primera vez, otras veces la dejaba al cuidado de alguna vecina durante un fin de semana que luego se alargaba varias semanas más sin aviso previo.
Intento pensar que sería imposible que pasara aquí, en España, pero se nos mueren solos los ancianos en los pisos, parecemos ignorar los gritos de las personas maltratadas de al otro lado del tabique del salón, así que cómo no pensar que seríamos incapaces de escuchar el llanto aterrador primero y agónico después de una criatura que teme por su vida y se sabe abandonada.
Ante la nueva soga al cuello que supone el alza de los precios de la vivienda, la cesta de la compra y los suministros sólo nos quedan Netflix, Spotify y el entretenimiento fácil y plano de las redes sociales. Grabamos al que agrede en lugar de proteger a la víctima y luego lo vemos, lo compartimos, lo comentamos por las redes e incluso hacemos memes. No tenemos tiempo ni ganas para ocuparnos de nuestros abuelos, de nuestras abuelas, como para estar pendiente del de al lado. Y el Estado permanece omnipresente y todopoderoso en nuestras vidas para controlar que no pensemos o nos desviemos demasiado.
Así que los vecinos y las vecinas de Kristel Candelario no velaron por Jailyn y prefirieron vendarse la conciencia antes que estar pendientes de tener que llamar a la policía. El padre, ausente y lejos creyó a la madre cuando le dijo que su hija estaba bien mientras vivía en el adormecimiento de una felicidad opaca. Por último la madre como soporte principal y forzoso de este binomio familiar, con problemas de salud mental que no podía tratar porque si ya es difícil algo así en España, imagínense en uno de los paraísos capitalistas y liberales. Siempre me preguntaré por qué no dio a su pequeña en adopción. O si realmente pensaba que una criatura con dieciséis meses de vida podría defenderse sola durante diez días.
En cualquier caso, la pequeña Jailyn no ha fallecido de repente porque la madre decidiera asesinarla en un impulso repentino. Tampoco por la inacción de los Servicios Sociales o los vecinos. La mataron la soledad, el individualismo social, la desprotección estatal a los problemas de salud mental de las madres, la mentira y, por último, su madre.
El suceso transcurre en Estados Unidos pero podríamos haberlo sufrido en España.
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Foto de Omar Lopez en Unsplash